Las navidades de Ribeyro

Luder
0


Las navidades de Ribeyro
La tentación del fracaso


24 de diciembre, de 1954

Mi tercera Navidad en Europa. Como en los años anteriores me encuentro ahora también resfriado. No creo que sea simple coincidencia. Debe haber alguna razón más profunda, de orden psicológico o religioso, no puedo precisarlo. El resfrío en mi caso es «un estado de ánimo». He pensado en mis viejas navidades de Lima, cuando la Nochebuena tenía para mí un sentido místico y un agradable ambiente familiar. A medianoche se tomaba el chocolate, se reventaban los cohetes, se iba a misa de gallo. En Navidad aprendí a beber y a fumar.

24 de diciembre, de 1961

Uno de esos instantes de superlucidez que nos condenan a la completa inacción. Incapaz de escribir otra cosa que estas notas. En esta Navidad se me juntan todas las navidades. Veo toda mi vida descarnadamente, como un documental, todo lo que no hice, todo lo que debo hacer. ¡Cuántas cosas por escribir! Ya no pienso en frases, ni en cuentos, sino en series de cuentos. ¿De dónde sacar fuerzas para llenar todos estos esquemas? ¿Y entusiasmo?

23 de diciembre de 1978

Días prenavideños, que para mí siempre son angustiosos, agotadores. Ayer, en una de esas inclementes zonas de París, cerca de La Défense, concebidas en función de los automovilistas y en las cuales los peatones son los sarnosos, los excluidos. Imposible atravesar las arterias sin semáforos, recorridas por pilotos dementes y mucho menos tratar de encontrar un taxi. Larga caminata cargado de paquetes en busca de una boca de metro. En la noche hasta las cuatro de la mañana en casa de Herman Braun, con Alfredo Bryce y hoy a las nueve ya estaba de pie, saliendo a las calles glaciales para comprar lo que faltaba. Tiendas repletas, ómnibus atestados, agitada muchedumbre en las veredas llevando cajas, bolsas, árboles de navidad.

Me digo que soy un imbécil por vivir en urbes como París y por celebrar las Navidades como millones de otros cretinos

No encontré los libros que quería, no me atreví a entrar al FNAC pues hubiera muerto triturado. Para regresar, naturalmente, ni un solo taxi. Trepé a un ómnibus después de un pugilato con viejos y viejas tan enervados como yo. Llego y en toda la mañana Alida y Julito, en pijama, no han aún decorado el árbol pascual, mejor dicho, lo han decorado y desdecorado y vuelto a decorar veinte veces y están nuevamente desdecorándolo para ensayar una nueva decoración. ¡Qué pasión por lo superfluo!, exclamo. La primera como la vigésima decoración eran probablemente iguales. No importa, pero les encanta a ambos pasar sobre la superficie de la vida, obcecados por el detalle vistoso, al punto que ni siquiera han tomado desayuno.

Salgo nuevamente, pues había olvidado comprar el pavo, tardo horrores buscando una tienda donde comprar un enchufe de luz y cuando regreso el árbol está no sólo sin sus adornos sino esta vez está en otro lugar de la sala y sobre un banco. Doy cuatro gritos que me calman, así no produzcan el menor efecto sobre mis auditores, me digo que soy un imbécil por vivir en urbes como París y por celebrar las Navidades como millones de otros cretinos y recalo en mi mesa para tomar nota de mi alienación personal y de la tontería universal.

Publicar un comentario

0Comentarios

Todos los comentarios son revisados antes de su publicación por el administrador.

Publicar un comentario (0)

#buttons=(¡Aceptar!) #days=(31)

La Esquina Ribeyro utiliza cookies para mejorar tu experiencia. Leer más
Ok, Go it!